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Concierto para piano para la mano izquierda (Ravel)

Concierto para piano para la mano izquierda (Ravel)- Maurice Ravel - Piano concerto for the left hand
The Symphony Orchestra of the Liszt School Of Music (Conductor: Prof. Nicolás Pasquet)

El concierto para la mano izquierda en re mayor (del francés concerto pour la main gauche en ré majeur), fue compuesto por Maurice Ravel entre 1929 y 1931, paralelamente al Concierto para piano en sol.

El concierto, al contrario que suele ocurrir con los conciertos clásicos, está basado en un único movimiento, el cual presenta dos temas opuestos que varían continuamente. El concierto comienza con una lúgubre atmósfera, protagonizada por los violonchelos, los contrabajos y el contrafagot. A éstos le precede una tímida orquesta en un pianissimo lúgubre pero oscuro que crece a un inmenso fortissimo de la orquesta al completo.
Tras esto, el piano hace una esplendorosa aparición, una poderosa muestra de virtuosismo en forte, pero variable (crescendos,decrescendos, subito fortes y pianos protagonizan la escena), para finalizar en un glissando al completo que da lugar a la aparición de la orquesta, que aumenta aun fortissimo para luego decaer de nuevo a un mezzopiano. Asimismo, el piano continúa la escena enfrentándose a la orquesta, para reaparecer posteriormente con los vientos en crescendos u decrescendos continuos. Tras esta pequeña introducción la orquesta realiza un breve pero brutal fortissimo con percusión incluida para luego darle paso a un piano sombrío pero poderoso. Continúa peleando con la orquesta con los vientos (flautas sobre todo) hasta reaparecer los bajos y el contrafagot. La percusión en este motivo juega un papel importante.
Maurice Ravel, uno de los grandes orquestadores de todos los tiempos, compuso dos conciertos para piano durante los años 1929-1931. Mientras escribía el Concierto para piano en Sol M, aceptó la petición del pianista Paul Wittgenstein, que había perdido el brazo derecho en la guerra, y compuso el Concierto para piano para la mano izquierda.
Con estas dos obras, de carácter impresionista –que insinúan y evocan más que señalan o describen– se puede seguir el amplísimo cauce de las VI Moradas. Saborear, al menos, a través de la música, algunos rasgos de la experiencia que refleja Teresa.
Estas moradas traen un sinfín de «maneras con que despierta nuestro Señor el alma». La música, llena de matices, lleva desde los lugares más lúgubres, hasta los más luminosos. Igual que la palabra de Teresa, que recorre un vasto arco para conducir al «más profundo centro».
El Concierto para mano izquierda consta de un único movimiento con dos temas casi opuestos. Su comienzo, sombrío y lóbrego, evoca la «noche teresiana» descrita en estas moradas. «Será imposible dar a entender cuán sentible cosa es el padecer del alma», dice Teresa. A su vez, Ravel, a través de las cuerdas graves y el contrafagot, sorprendentemente convertido en solista, crea una atmósfera impresionante.
Continuos crescendos y decrescendos, muy marcados, pasando por variosfortissimos impactantes, permiten recorrer los fenómenos místicos que expone Teresa, y los sentimientos de sorpresa, temor y esperanza que acompañan. Además de reflejar un «dolor amoroso».
Aquí, como el en Concierto en sol M, aparece claramente la influencia del jazz norteamericano. Ravel avanza, lo mismo que Teresa. De hecho, la fuerza con que comienza este segundo concierto –que se abre con una especie de latigazo–, recuerda que la purificación que obra esta «noche» hace que quede «perdido el miedo a los trabajos que le pueden suceder».
La fluidez y vivacidad del Allegramente con que se inicia el concierto, evoca la explosión de los deseos, en un tono muy diferente al Concierto para mano izquierda. Ahora todo está más iluminado, las experiencias que se van sucediendo traen «un particular conocimiento de Dios» y «queda el alma tan contenta y alegre» de ver cómo Dios actúa.
La extensión y la variedad del movimiento reflejan la inmensidad divina, un Dios «ganoso de hacer mucho por nosotros… que quiere comunicarse», como sea. Dios regala «secretos con certidumbre» que pacifican y disponen «para entregarse toda a su servicio». Y por momentos, el misterio envuelve y hace revivir el episodio de la zarza ardiente que Teresa recuerda en estas moradas, constatando lo difícil que es explicar lo que sucede «en lo muy interior».
El Presto final, un movimiento rapidísimo, comunica intensamente el ímpetu que relata Teresa en el último capítulo de esta Morada: «unos deseos tan grandes e impetuosos» de unirse a Él. Hay un balanceo de melodías ligeras y fuertes que traen el gemido y la esperanza del creyente.
Hay, también, un bullicio preciso en todo el movimiento. Maurice, como Teresa, está convencido de que nada se improvisa, la madurez –de una obra, del camino espiritual– no puede ni debe dejarse al azar. Él pensó, compás a compás, la obra. Como él mismo decía, sentía que la iba esculpiendo poco a poco. Teresa dirá «no os descuidéis con no hacer más que recibir… no …
Mario García shares this
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